Biografía
Maestro de profesión, es Licenciado en Pedagogía con especialidad en Química por el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona (La Habana, Cuba). Inició su vida laboral como profesor de Química en la Escuela Secundaria Básica del Reparto Habana del Este.La Habana. Posteriormente, los caminos de la vida lo llevaron a desempeñarse en distintas ramas de la esfera económica, vinculadas principalmente a los recursos humanos.
Ha realizado estudios de posgrado en FORMATUR (Cuba), la Universidad de La Salle (México) y la Universidad Católica de Santo Domingo (República Dominicana).
Es autor del poemario"Versos Callejeros. Las cosas que amo" y el libro"Cuentos de suspense, amor y muerte", ambos publicados en Amazon.com
Se cae La Habana
"Se cae La Habana" fueron los primeros versos que escribí después de un prolongado
mutis literario, que se extendió por más de cuatro lustros, tras abandonar el Taller Literario
del que formé parte en los primeros años de la década del setenta.
Recuerdo con cariño todos los rostros jóvenes que coincidimos allí, especialmente el de su conductor, Silvino.
Dios quiera que aún viva y que esta publicación le llegue. Quizás sin saberlo, fue mi primer maestro en esta labor de escribir.
"Se cae La Habana"
La Habana se está cayendo,
se desmorona en pedazos.
Las calles llenas de baches,
los almendrones pasando.
Sus noches no tienen luces.
Travestis, putas y machos buscan
turistas viejos o nacionales bien pertrechados.
Niños crecen sin dioses,
no hay reyes magos,
Parques desaparecen.
Los almendrones pasando.
La Habana grita su llanto,
llora su risa, gime su encanto.
Con el pasado vive soñando.
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Vida de Perros
“Vida de Perros” es un poema corto que condensa la experiencia del emigrante cubano en la metáfora del perro callejero: errante, vulnerable y resistente.
Sus versos recorren la desolación de las calles y las fronteras simbólicas del desarraigo, mientras dialogan con José Martí a través del yugo y la estrella, incorporando un eco histórico que amplifica la reflexión sobre libertad, sacrificio y dignidad.
(A emigrantes Cubanos)
por las calles ladrando verdades,
llorando mis sueños, mostrando mi hambre. Elijo ser perro al manso buey que lame.
Sin patria y sin amo vivir en las calles,
cruzando fronteras, ríos y mares. Prefiero ser perro que paria en mi patria.
Tierra que pare la luz de la estrella,
"la que puesta de pie en el yugo que goza,
ilumina y mata”. Fin El poema forma parte del libro "Versos callejeros. Las cosas que amo" de Ricardo Hernández Rodríguez.
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Sueño
“Un viaje lírico hacia un mundo donde los ríos rozan las estrellas, la luna acaricia al sol y la memoria se convierte en alimento del alma.
hacia las estrellas.
La luna se transporta en sus aguas
para besar al sol en las noches. El mundo es de arenas blancas
miel y agua dulce que riega el pasto.
No se nubla para llover.
El futuro se alimenta de los recuerdos,
bebiendo del rocío mañanero.
Sumergidos en el océano de las inclinaciones,
no lanzan piedras por pensar.
Se impone la fantasía sobre el desengaño. Fin El poema Sueño no forma parte del libro "Versos callejeros. Las cosas que amo" de Ricardo Hernández Rodríguez.
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El regreso del viento
El regreso del viento es un susurro de reencuentro, un poema que recuerda que las almas que se aman no se pierden: solo giran, una y otra vez, en la misma corriente.En su soplo viajan los ecos del amor, la memoria y la libertad que ninguna distancia puede quebrar.
El regreso del viento
Te buscaba
en la risa del día,
en la calma de noche,
y ahí estás:
en todo lo que respira
libertad.
No fue casualidad:
el universo sopló,
y nuestras almas giraron
en la misma corriente.
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Versos para un amor
Lo que sigue es una colección de susurros que buscan abrigo en el corazón que los lee. Hablan del amor que despierta, de la ausencia que afina la memoria, y de la certeza luminosa de un destino compartido. Déjalos rozarte. Porque la poesía solo vive plenamente cuando se comparte..
Versos para un amor
El viento, sabio viajero, lleva semillas en su aliento; las suelta en tierras que sueñan, y allí nacen árboles nuevos, hijos del viaje y del tiempo.
....................Si pudiera, amor, te abriría el alba con un beso lento y una flor recién nacida.
....................Acariciar tus ojos con mis labios quisiera, como quien toca un milagro sin romper el aire. Besar tu boca con la mirada ardiente, hasta que el silencio tiemble entre los dos.
....................En cada noche te extraño con la certeza silenciosa de que tu presencia es anterior al tiempo, y que tu ausencia, apenas, es un paréntesis entre dos destinos que ya se buscan.
....................Mi rumbo eres tú, porque en tu luz encuentro mi horizonte.
fin ................ Versos para un amor, no forma parte del libro "Versos callejeros. Las cosas que amo" de Ricardo Hernández Rodríguez.Ver en Amazon
Balseros
"En memoria de los miles de Cubanos y Cubanas desaparecidos en el estrecho de la Florida”
Historia ficticia inspirada en un hecho real: la increíble travesía del Sr. Nibaldo Hernández Rodríguez (mi hermano) y un amigo de la infancia, quienes se lanzaron al mar en busca del sueño americano.
¿Llegarían?................"Balseros"
"En medio del mar no se ve tierra". Escribió el poeta.
—¡Cojones! No se ve nada —pensó en voz alta el solitario balsero al observar la oscuridad que lo rodeaba en una noche sin estrellas. Autoamarrado con cuerdas de henequén a una desgastada cámara para neumáticos que le servía de embarcación, navegaba por las intimidantes aguas del estrecho de la Florida. Este tipo de balsas constituye el invento más liviano e inseguro utilizado por los cubanos para escapar de la isla. No obstante la fragilidad del improvisado navío, balsa y tripulante lograron sobrevivir a la tormenta que los sorprendió recién desaparecidos los últimos rayos de sol en el lejano horizonte.
Estaba por concluir la segunda noche desde que abandonara el país por un punto de las costas del este de La Habana, cercano a la bahía de la ciudad. Lo hizo en unión de un amigo de la infancia, cuya amistad se consolidó en una de las abundantes prisiones existentes en la isla. Ambos cumplían condena por motivos políticos. En su caso particular fue sentenciado a un año y medio de encarcelamiento. Motivo: planear el ingreso a la sede de una embajada diplomática con el propósito de solicitar asilo, acción que no llegó siquiera a intentar.
Cómo lo hicieran otros miles antes y lo continúan haciendo muchos más hasta el presente, se lanzaron a la mar los imberbes jóvenes en busca de un sueño que no podían concretar en sus propias almohadas. Se los impedía la falta de libertad para construir el futuro añorado. No comulgaban con el incierto provenir que le imponían desde la fuerza de una ideología totalitaria. Doctrina ajena a la idiosincrasia de una nación que a su pesar, ha observado pasivamente durante décadas como maltratan, tergiversan y aniquilan las más naturales y sublimes tradiciones acumuladas durante siglos de existencia.
Partieron los intrépidos aventureros el jueves santo del año mil novecientos noventa. Lo hicieron después de celebrar con sus respectivas familias la tradicional cena que se realiza en tan significativa fecha. En honor a la verdad aquellas comidas se podrían catalogar como una merienda o refrigerio, dado las insuficiencia en cantidad y calidad de las raciones servidas. Era el resultado de la escasez que ya imponía el recién iniciado periodo especial. Contradictorio nombre surgido de la retorcida costumbre de los gobernantes del país, quienes acostumbran utilizar llamativos y absurdos adjetivos para referirse a determinados periodos o hechos negativos. Acontecimientos por los que ha atravesado el país en su etapa post revolucionaria, estancada desde su propio inicio. Esto a pesar de algunos logros exhibidos con exagerada elocuencia y alcanzados a expensas de extender la miseria entre la mayoría de la población, limitando las libertades personales de los ciudadanos.
Con la barriga vacía pero, llenos de esperanzas y fe emprendieron los jóvenes la aventura de sus vidas. Ambos profesaban la fe católica, aunque como buenos sincréticos que al fin y al cabo eran, cumplieron con el ritual aconsejado por los padrinos de una de las religiones afrocubanas que florecen en la nación. Arrojaron una docena de huevos en dirección a la costa mientras se alejaban de la misma. El rito al parecer surtió el efecto esperado. Impulsados por unos remos cortos tipo Kayak acoplados a los costados de las balsas, remaron sin contratiempos durante toda la madrugada. El propósito era alejarse lo más posible de la orilla.
En la avanzada mañana del viernes se encontraban bien lejos. Mar adentro disfrutaban los navegantes de una plácida navegación sin haber sido detectados por los guardas fronteras y sin la temida aparición de los vientos cuaresmales. Corrientes de aire propios de la época del año que suelen provocar fuertes marejadas y terribles tormentas. Eventos que en el mejor de los casos provocan perder el rumbo y muchas veces hasta la vida misma. Cansados por el esfuerzo hecho dormían confiados sobre las rústicas embarcaciones, las cuales guiadas por las corrientes marinas se desplazaban rumbo norte para beneplácito de los improvisados navegantes.
Pronto cambiaria el panorama. A la hora en que según reza el refrán cubano "mataron a Lola"*, el calor que los azotaba era asfixiante, mezcla del vapor que desprendía el salitre de las calientes aguas y de un cielo despejado desde donde el sol, parecía lanzar rayos de fuego. Una fuerte explosión hizo despertar a uno de los soñolientos navegantes. Atónito observó como su compañero de travesía volaba por los aires al reventar la cámara para neumáticos donde viajaba. Si aquella escena le causó un pánico indescriptible, la próxima secuencia justificaría el enloquecimiento instantáneo del más curtido de los marineros. Se disponía nuestro protagonista, ir en auxilio del compañero accidentado cuando descubrió que una hambrienta manada de la más temida y sanguinaria fiera de los mares, perseguía a la caravana de jóvenes sin que estos percibieran el peligro que los acechaba. Al producirse el estruendo los tiburones lejos de dispersarse se precipitaron al lugar. Esperaron por el descenso del infortunado al que prácticamente no permitieron amerizar. Lo atacaron con increíble ferocidad y en cuestión de segundos destrozaron sin misericordia alguna, el cálido cuerpo del soñador balsero, quien perdió la vida sin haber despertado del todo para vivir su última y más horrorosa pesadilla.
Desde la corta distancia en que despavorido y perplejo presenció el desgarrador espectáculo, el otro chico entró en estado de pánico. A punto de colapsar, gritar, patear, pedilr auxilio u otra histérica y comprensiva reacción, lo sorprendió una arqueada de vómito agrio que tragó por puro instinto de sobre vivencia. Evitó así que de caer el contenido de su estómago al agua, los gigantescos mamíferos lo percibieron y agregaran al sangriento festín. Perdió el conocimiento por el terror experimentado como si dios hubiera intervinido para prevenir una demencia segura. Quedó inconscientemente acurrucado dentro del hueco que se forma en el centro de los neumáticos cuando éstos se inflan. Por suerte el fondo de la misma estaba protegido por una madera resistente y de igual diámetro que su circunferencia total, lo que se hace para proporcionar mayor seguridad al tripulante.
No recobraría la razón el desmayado hasta que al desaparecer la luz solar lo sorprendió la tormenta que lo obligara a amarrarse a la balsa. Para ello utilizó los pedazos de soga de henequén llevadas con ese propósito. Constituyó la única y desesperada medida para no sucumbir a las inmensas y continúas olas que lo azotaron hasta poco antes de expirar la segunda noche del trágico trayecto.
En la soledad del oscuro y ya calmado mar, rememoró los acontecimientos que culminaron con la cruel masacre de su acompañante. Luego de una larga meditación y temiendo la posibilidad que se repitiera el sanguinario un hecho en su persona, consideró la variante de regresar. Era consciente de que al continuar sólo, disminuían las probabilidades de culminar con éxito el recorrido. La idea del retorno ganaría peso tras realizar una complicada ojeada a los insumos y materiales recopilados para el viaje. Excepto unos trozos de galletas y algo de agua mezclada con sales de rehidratación, la tormenta se lo llevó todo. Las pérdidas también incluían los remos y la brújula, preciado instrumento que le indicaba el rumbo y constituía el obsequio de uno de sus hermanos previo a la cita con el destino. A la deriva decepcionado y adolorido engulló los restos de galletas, bebiendo algo del preciado líquido hidratante. Logró dormirse en la oscuridad de la más triste y desgarradora madrugada que había experimentado en su corta existencia.
En el amanecer del sábado salpicaduras de gotas de aguas producidas por otra manada le hicieron despertar sobresaltado. Para su tranquilidad se trataba de alborotadores y amigables delfines. El acompañamiento de los simpáticos animalitos, aunque duró todo el día no llegó a borrar los horribles momentos vividos durante la jornada anterior, sin embargo se tranquilizó un poco atento a los saltos, danzas y sonidos de los mamíferos. Por la noche en la soledad del frío mar y con el desconsuelo de haber perdido al entrañable acompañante de celda y travesía, reflexionó con mayor detenimiento acerca de los recientes sucesos. La muerte en la que nunca había pensado se había mostrado en una de sus peores facetas y comprendió que las posibilidades de sobrevivir eran muy pocas. El resto de la velada a pesar de exhibir todavía un cielo borroso, transcurrió sin incidentes que alterasen la paz nocturnal.
La mañana del domingo revelaba a los ojos del improvisado tripulante un hermoso paisaje marino. El mar tibio, sereno y transparente motivó al joven que se mostró más dispuesto a reanudar el viaje. Después de consagrar un cálido pensamiento al fallecido amigo, enjuagó las lágrimas de despedida y desayunó las últimas migas de galletas. Las acompañó con todo el potable líquido que aún existía, como si presintiera cercano el fin de la aventura. Cuan gladiador que enfrenta cruenta batalla vocifero el tradicional grito de guerra cubano:
-¡Pingaaaaaaaaaaaaaaaaaa!- *
Descargó un manotazo sobre la superficie del apacible mar, con tal fuerza que el ruido del impacto hubiera resultado suficiente para ahuyentar hasta a los mismísimos depredadores que dieron cuenta de la vida amiga. Sin importar el ardor que le producían las llagas en las quemadas piernas al entrar en contacto con el agua salada, comenzó a remar con renovado y esperanzador ímpetu. Utilizaba ahora los brazos como remos, propulsados estos por las patas de ranas que le proporcionaban más daño que beneficios. Olvidando el dolor pero con la fe intacta en Díos, remó seguro de que este lo guiaba hacia el objetivo propuesto.
Cerca del mediodía se detuvo totalmente desfallecido. El descomunal esfuerzo realizado, la falta de alimentos y agua, así como los efectos del sol comenzaron a pasarle factura a un cuerpo y alma ya resentidos. Adentrada la tarde desorientado e irrazonable, comenzó a alucinar. Murmullos provenientes de las profundidades de un mar todavía apacible y más transparente aún, invadieron el calenturiento cerebro del navegante. En el desvariar de su razonamiento emergieron del mar peces de maravillosos colores, saltando y dando vueltas alrededor del navío. Luego metamorfoseados en personas ahogándose o siendo destripadas por extraños seres marinos, semejantes a los monstruos mitológicos que poblaban los mares en la antigüedad, terminó por enloquecer. La porfía entre razón y locura pugnaban por mantenerlo a bordo o arrojarse al mar en salvación de las imaginarias víctimas. Las que en señal de auxilio extendían sus brazos suplicando ayuda. Para mayor angustia, visualizó entre el conglomerado de figuras sufrientes, la imagen del amigo descuartizado por los tiburones. El asesinado con siniestra sonrisa desdibujada en el desfigurado rostro, le reclamaba insistentemente su presencia en el abismo marítimo donde agonizaba.
Despojándose de la protectora camisa blanca que lo resguardaba de las inclemencias del clima y descalzándose de las dañinas patas de rana, se dispuso a arrojarse al mar. El reflejo de una luz no proveniente en esta ocasión de las alturas lo cegó, haciéndole perder el equilibrio. Extenuado física y mentalmente, incapaz de mantenerse en pie por sus propios medios y de discernir entre la realidad y la fantasía, se desplomó. Quedó expuesto de cara al sol sobre la vieja cámara de neumáticos que le sirviera de seguro sostén. Maltratada en exceso por el medio hostil durante los días de travesía, la frágil embarcación comenzó a desinflarse y "hacer agua" rápidamente.
Ya sin fuerzas y antes de comenzar a hundirse junto con la endeble balsa, el desdichado muchacho distinguió a lo lejos un barco. Se trataba del buque norteamericano que usualmente merodeaba en aguas internacionales próximo a las costas cubanas. Barco que resultó la salvación de muchos hombres, mujeres, niños y ancianos durante los años en que los cubanos eran considerados por las leyes de ese país, como una especie diferente y especial de emigrantes. Quienes en esa época lograban alcanzarlo salvaban sus vidas, sueños de un futuro mejor y obtenían la residencia del país más poderoso del mundo. Infortunadamente la distancia entre salvadores y agonizante era mucha. Mientras la nave se aproximaba a máxima velocidad, continuaba inexorable el descenso a las profundidades del moribundo cuerpo. Rendido a su suerte era incapaz el muchacho de realizar el menor de los esfuerzos para revertir la situación.
No alcanzó la embarcación norteamericana llegar a tiempo al lugar donde habían divisado la figura erguida sobre lo que asemejaba ser una rústica balsa. Cuando los marines americanos finalmente arribaron al lugar exacto del avistamiento, solo atinaron a observar desconsoladamente, como se hundía en las profundidades del mar un cuerpo aparentemente joven y vigoroso. A pesar del esfuerzo realizado por más de uno, sumergidos en desesperado intento de rescate, no fue posible recuperar el cuerpo.
Recibió el Padre al ahogado, exclamando en su idioma de fe y amor:
-¡Hijo mío! Tuyo es el reino de los cielos. ¡Amén!-.
¡Amén! —respondieron al unísono las silentes voces de los miles de cadáveres que yacen en el fondo del mar del Estrecho de la Florida.
Fin.
"Balseros" forma parte del libro "Cuentos de suspense, amor y muerte"
de Ricardo Hernández Rodríguez:
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Persecucion
El miedo y lo desconocido se entrelazan en una carrera vertiginosa que atraviesa calles vacías y bosques mágicos, llevando al lector a un final sorprendente y revelador donde lo real y lo imaginario se confunden.
"Persecución"
Corría desesperadamente mientras el extraño no cesaba de perseguirme. Ignoraba la razón de semejante hostigamiento por parte de quien no lograba distinguir el semblante. Tampoco me detuve a preguntar. El pánico que experimentaba y la velocidad de la carrera a la que no estaba acostumbrado debido a mi precario estado de salud, consumían el poco oxígeno que lograba respirar en la calurosa noche de invierno, típica de los países con clima tropical.
Calles vacías y casas que parecían inhabitadas eran los únicos testigos de mi huida. Aquella situación me causaba tanta angustia, ansiedad y opresión en el pecho que estaba al punto de sufrir un ataque cardíaco. Por suerte quedaban pocos metros para alcanzar el bosquecito que se encontraba en las afueras de la ciudad. Allí me dirigía esperanzado de que fuera mi salvación.
Inexplicablemente desconocía de la existencia del bosque y menos aún de una leyenda muy arraigada entre los pobladores del lugar, sitio que tampoco me resultaba reconocible. Según la fábula, se trata de una arboleda mágica donde se juntan la luz y la oscuridad para recrear maravillosas y fantásticas formas en tercera dimensión que parecen tener vida propia. Espectáculo observado por muy pocas personas. Quienes se atreven a penetrar a la asombrosa zona, casi nunca regresan. Así también reza el mito.
Con todos estos pensamientos rondando mi cabeza logré adentrarme en el bosque burlando la persecución de que era objeto. Antes de perder el conocimiento pude disfrutar de una encantadora visión: árboles de tallos finos, muy altos y frondosos por dónde a pesar de ser de noche, se filtraban los rayos del sol. La luz multicolor del astro rey no llegaba a la superficie que se mantenía hermosamente lúgubre y silenciosa, protegiéndome del extraño que desde la periferia mostraba su enojo y frustración al verme desaparecer.
Soñé que dormía plácidamente. Unas hadas revoloteaban alrededor mío. Parecían alarmadas. Iban y venían de un lugar a otro de la confortable habitación donde reposaba. Esgrimían extrañas varitas mágicas en sus manos. Trataba de comunicarme con ellas. No me escuchaban empeñadas en revisar las retinas de mis ojos y en tomarme el pulso como si se tratase de un personal paramédico.
Al despertar continuaba reinando la noche y me encontraba a bordo de un ómnibus cuya ruta siempre montaba para retornar a casa. A pesar de lo insólito de la situación deseché las dudas suponiendo que el hechizo de la arboleda me había transportado hasta allí. Asumí con naturalidad el cambio de escenario. Me desmonté en el lugar de siempre y como era habitual seguí el atajo acostumbrado para llegar más rápido a la parada del próximo bus que debía abordar.
Para mayor confusión, en esta oportunidad el sendero me llevó a parajes que aunque no me eran del todo desconocidos resultaban confusos. Los sitios se encontraban despoblados y no transitaba transporte alguno. Fui presa del desconcierto que nos invade cuando las cosas cotidianas se tornan raras y desconocemos el rumbo que emprenderán nuestros propios pasos. A medida que avanzaba reconocía menos los paisajes que me rodeaban.
El apretón torácico, la zozobra y el miedo hicieron presa nuevamente de mí al comprobar que arribaba al mismo lugar de la noche anterior. Las calles continuaban muy alumbradas, desiertas y las casas sin rastro de seres vivientes. Cómo historia calcada de un libro de cuentos fantásticos, volví a correr huyendo del desconocido que al divisarme reanudó la persecución. Percibí de alguna manera que en esta ocasión el individuo se esforzaba más en darme alcance. Se iba haciendo visible su ropa blanca y la tez negra de mirada afable. Denotaba una singular preocupación.
-Quizás por no poder agarrarme-. Pensé burlonamente.
Razonamiento que se transformó rápidamente en incertidumbre porque las yemas de sus dedos suaves como guantes de seda, comenzaban a rozar la tela de mi camisa empapada en sudor. Humedad cuyo origen no era producto del esfuerzo hecho durante la carrera, sino por el terror de ser atrapado. Recuerdo que de niño cuando enfermaba, me ocultaba en algún rincón de la casa y sudaba copiosamente por el miedo de ser encontrado. Siempre me descubrían y concluía la historia con la correspondiente inyección de penicilina. Alivio para los males que desde entonces aquejaban mi salud.
Empecinado en escapar de mi acosador redoblé el paso al avistar los primeros árboles de la ya conocida selva. Se incrementó la distancia que nos separaba y cosa extraña; pude notar su desasosiego y nerviosismo al comprobar que me alejaba. Por un instante sentí pena por el hombre de rostro dulce. Dudé y estuve a punto de detenerme, enfrentarlo.
¡Oiga! No lo conozco ni he cometido delito alguno para ser objeto de semejante seguimiento-.
El instinto de conservación resultó ser más fuerte que las dudas y dejando a un lado aquellas raras sensaciones me enfoqué en la carrera que me acercaba creía yo, al sitio salvador. Ya protegido por el follaje y la oscuridad del encantado lugar estaba a punto de emitir un grito de júbilo para celebrar lo que consideraba como una victoria. Repentinamente me sentí muy fatigado. Me invadió un fuerte dolor en el pecho y los brazos se pusieron completamente rígidos. La piel se tornó más fría y húmeda. A estas alturas de los acontecimientos nada me asustaba en aquella zona embrujada. Preferí suponer que los síntomas eran consecuencias de la atmósfera reinante. No pude continuar especulando al respecto porque inmediatamente caí muerto.
En el trance entre la vida y la muerte que todos debemos recorrer al pasar de un estado material a otro espiritual, una enorme nube gris descendió entre los rayos de sol que alumbraban las copas de los árboles, envolviéndome lenta e inexorablemente en un halo de mágica y serena oscuridad. Desapareció por encanto el miedo que me agobiaba en las últimas noches de mi vida y exhalé aliviado un suspiro de paz.
Cuando desperté del coma inducido mi negro perseguidor sonreía feliz arropado en su pulcra bata de médico. Profesión que ejercía en el hospital donde fui ingresado la noche en que durmiendo, sufrí un infarto de miocardio tres meses atrás. Las enfermeras que durante el sueño volaban como ninfas en torno a mi moribundo cuerpo, esta vez saltaban de alegría detrás de los cristales del salón de cuidados intensivos. Desde ahí observaban satisfechas la increíble recuperación de una vida más.
Fin.
"Persecución" forma parte del libro "Cuentos de suspense, amor y muerte"
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Pura
Un apodo, un deseo prohibido y un reencuentro que lo cambia todo. “Pura” es un cuento sobre heridas ocultas y liberaciones inesperadas.
"Pura"
Pura cuyo nombre de pila es Josefina pasa ya de los cincuenta años. Conserva envidiable salud, vitalidad y rasgos de la belleza que en su juventud exhibió con orgullo, dueña de una exquisita feminidad, facilidad de expresión e inteligencia. A pesar de todos estos atributos nunca se casó. A falta de familia propia la prole de hermanos primos y sobrinos que atesora, la veneran como el principal pilar de la familia. Muy conocida y apreciada en el barrio, el mismo donde nació, creció y posiblemente morirá algún día.
El puritano mote surgió poco después de haber cumplido los treinta años. Vecinos, familiares y amigas comenzaron a llamarla así porque no había contraído matrimonio a esa edad y tampoco se le conocía novio o enamorado alguno. Todos presumían que su virginidad se mantenía intacta. Un poco en mofa y otro en broma el apodo fue ganando terreno para finalmente establecerse como apelativo identificador de la respetada señora, quien tampoco hizo rechazo alguno a ser llamada así.
Sin remordimientos aparentes que pudieran poner en riesgo el sano disfrute de su adultez, continuaba el tranquilo andar por la vida la experimentada dama. Agradecida de la existencia y segura de sí misma obsequiaba los mejores consejos a los jóvenes, ayudaba desinteresadamente a los más necesitados y mostraba a todos la agradable sonrisa de su plena felicidad.
Nada es eterno en este mundo. Uno de esos días en que Pura paseaba lejos de los lugares que habitualmente solía frecuentar, se cruzó inesperadamente con el fantasma perturbador de sus sueños. El varón que sin proponérselo transformó en pesadillas sus más caros anhelos de hembra y los virtuosos sentimientos de amor que la desbordaba. Atributos que Josefina nunca más compartiría con otro ser humano.
No pudo evitar la veterana que la asaltaran los recuerdos de los hechos jamás revelados a terceras personas. Acontecimientos que ocurrieron una cálida tarde de verano extremadamente lluvioso. En aquella ocasión impulsada por el amor y la excitación que desbordaban su alma y su sexo, decidió entregarse al ser amado. Creía con el juicio propio de una ingenua e inexperta joven recién traspasada la etapa de la adolescencia, que la ofrenda amorosa los uniría para siempre.
Nenito no era de los chicos más robustos y atléticos del vecindario. Tampoco de la escuela donde estudiaban. No obstante, su delgada complexión física, un rostro muy bonito y la encantadora timidez de la que hacía gala, redondeaban una atractiva personalidad en desarrollo. Vecino puerta con puerta y mejor amigo de Josefina desde niños jugaron, estudiaron y crecieron siempre inseparables.
Con la sangre emanada de cortadas autoinflingidas en sus infantiles dedos concretaron en la soledad de una casucha abandonada del vecindario, el juramento de eterna amistad. Josefina niña muy espabilada juramentó en silencioso secreto, amor eterno por Nenito. A esa altura de su corta vida, ya se había enamorado perdidamente del dulce niño.
Con el tiempo sus personalidades sufrirían ineludiblemente las transformaciones propias del desarrollo humano como sucede con todos. Cambios físicos, intelectuales, sociales y emocionales los harían crecer y madurar a velocidades diferentes y con características muy propias.
Mientras tanto la futura Pura procuraba cada instante del día para respirar el mismo aire que el tímido Nenito. Los juegos o actividades que desarrollaban juntos eran aprovechados por la doncella para con cualquier pretexto, rozar la cálida piel del infante. A su contacto se incendiaba la suya propia, proporcionándole un estado de éxtasis muy placentero, de lo cual el otro no se daba por enterado. La pusilánime conducta del nene no hacía más que provocar en la adolescente pícaras sonrisas en sus nocturnales desvelos. Idolatrando la linda carita del Adonis prolongaba la ilusión de ser correspondida en sus actos y sentimientos algún día.
En la medida que sus cuerpos y mentes desarrollaron suspiraba entonces la joven por los besos y caricias que a pesar de sus constantes insinuaciones, nunca cristalizaban. Descubría cada mañana una persistente humedad entre sus muslos. Fruto de la acumulación de deseos no saciados en los inconclusos sueños de cada despertar.
Nenito continuaba sin emitir señales que presagiaran interés alguno por los eróticos juegos que proponía la juramentada amiga. Reacción que tal vez estaría relacionada con la manifiesta y conocida introversión del chiquillo. Pensaba entonces Josefina con cierto enojo de enamorada.
Continuó evocando Pura que en aquella calurosa tarde de verano Josefina dormitaba plácidamente. Arrullada por el tintinear de las abundantes lluvias que ocurrían en esos días, casi siempre en horas tempranas de la tarde, no se había percatado de los ruidos provenientes del hogar vecino. Al escucharlos despertó la soñadora. Conocía que los padres de Nenito trabajaban lejos. No regresaban hasta cerca del anochecer y le tenían prohibido la entrada de amigos a la casa en sus ausencias. Supuso de inmediato que el muchacho se encontraba solo en el hogar.
Bajo los efectos de la embriaguez sexual provocada por los incompletos y sensuales sueños que la mantenían en constante estado de excitación, se dispuso Josefina a revelar de una vez por todas, el amor que la desbordaba. Sentimiento que trascendía más allá de cualquier duda o concepto moral que le impidiera entregar a su hombre, el más preciado de los presentes carnales.
Algo nerviosa Josefina se arregló un poco y luego de cambiarse la húmeda ropa interior se dirigió resueltamente a cumplir con su destino. Solamente necesitó abrir la puerta de su hogar y traspasar el portón de la casa contigua habitualmente semiabierto.
A pesar del corto trayecto recorrido fue suficiente el tiempo como para empaparse por la intensidad del torrencial chaparrón. Ya dentro de la morada conociendo a lo que iba, se despojó de la vestimenta mojada y se encaminó con determinación al dormitorio de Nenito, cuya ubicación conocía muy bien.
Josefina no llegó a penetrar en la habitación donde planeaba entregar su ardiente virginidad. Desde la puerta de entrada al cubículo avistó incrédula el espectáculo que jamás imaginó presencial: El nene en total estado de arrebatamiento, desnudo sobre la cama en posición de cuatro puntos o perrito, gemía de placer ante las arremetidas del pene del guapo del barrio, quien taladraba sin compasión el orificio anal del chico transformado en nenita.
Fue tan intenso y cruel el desencanto sufrido por Josefina al descubrir la desconocida orientación sexual del macho al que había jurado amar para siempre, como el impacto experimentado por Pura al tropezar de imprevisto con la visión del recuerdo que creía sepultado.
Con la vista baja para que no se notaran las lágrimas a punto de aflorar y con mayor velocidad que la utilizada por Josefina, para vestirse y abandonar el recinto del pecado aquel tempestuoso atardecer, Pura pasó de largo por el lado de Nenito quien muy orondo engalanado con ropas de mujer no la reconoció.
La perturbación causada por el reencuentro duraría solamente unos segundos. Lapso de tiempo suficiente para reponerse del desencanto que la mantuvo autosecuestrada por más de treinta años en el oscuro mundo de la incomprensión. Descubrió la señora en un abrir y cerrar de ojos, la encrucijada, profundidad e inocencia de los sentimientos humanos. Lejos de enfadarse, rió cuan niña feliz. Sanaban así para siempre las heridas psicológicas del pasado. Josefina Pura libre como el viento, dueña de su presente y futuro comenzó a soñar nuevamente con el amor.
Fin.
"Pura" forma parte del libro "Cuentos de suspense, amor y muerte"
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El regreso del viento
El regreso del viento es una fábula poética sobre la fe en lo invisible, sobre ese llamado antiguo que solo escucha quien aún cree en la magia del aire… y en el poder del reencuentro. Entre la arena y el horizonte, se entretejen el amor, la memoria y la eternidad de las almas que se buscan más allá del tiempo.
El regreso del viento
En una costa donde el mar habla con el cielo,
el viento guarda la memoria de los que se amaron sin cadenas.
Allí, bajo dunas que cambian de forma con cada luna,
duerme un tesoro que no pertenece a nadie,
pero espera a dos almas que se reconozcan por su libertad.
Ella llegó una tarde de noviembre,
sin mapa ni propósito, solo siguiendo un presentimiento.
El viento la llamaba por su nombre
y su nombre respondía dentro de ella.
Había pasado años recorriendo mundos,
buscando respuestas que no tenían idioma.
Pero ese día, algo la detuvo.
El sol caía lento, dorando la arena,
y entre los granos brilló algo antiguo:
una caja de madera, agrietada, casi viva,
como si hubiera respirado siglos de espera.
La tomó entre las manos, y al abrirla,
encontró un pergamino con letras que conocía,
aunque no recordaba haber escrito.
"Donde el aire toque tu alma, allí estaré."
El viento se arremolinó en torno a ella,
levantando polvo, risas antiguas y una emoción imposible.
Y entonces lo vio.
Venía desde el horizonte,
como si hubiera nacido del mismo aire.
Su silueta era la del hombre que amó en otro tiempo,
en otro ciclo, en otra vida tal vez.
Él sonrió sin sorpresa,
como quien regresa a casa después de un largo viaje.
—“Sabía que encontrarías el tesoro” —dijo.
Ella lo miró, confundida.
—“¿Esto?” —preguntó, mostrando la caja vacía.
Él negó con dulzura.
—“No. El tesoro eres tú,
que aún crees en el viento.”
Entonces comprendió.
El mar, el aire, la espera, todo era un pacto antiguo.
No buscaban oro: buscaban recordar quiénes eran,
dos almas errantes que el universo destinó
a encontrarse siempre que el viento soplara en la misma dirección.
"El regreso del viento" es de reciente creación y no forma parte del libro "Cuentos de suspense, amor y muerte"
de Ricardo Hernández Rodríguez:
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Amigos
“Amigos” narra la vida paralela de dos muchachos nacidos casi al mismo tiempo en un barrio humilde: uno rubio, otro mulato; distintos en apariencia, pero unidos por la calle, el hambre y una fraternidad sin testigos. Con el paso de los años, los caminos de ambos se bifurcan, pero una mujer se convierte en el eje que los atrae y los destruye.
Amigos
El Blanco y el Negro, no tan claro el uno, como tampoco muy oscuro el otro, fueron concebidos y criados en la misma barriada de una ciudad en ruinas. Las madres muy jóvenes y pobres, pero hermosas, eran amigas unidas por las aventuras nocturnas. Aficionadas a la vida fácil, la rubia se enredó con un viejo mulato adinerado que no llegaría a ver el nacimiento del hijo. La mulata se "empató"* con el más mísero de los gallegos existentes por aquellos contornos. Ambos bebés nacieron con semanas de diferencia. Primero el mulatico. Niños sanos, de complexión delgada y espigada estatura, correteaban juntos por todos los rincones del barrio y en ocasiones más allá de lo permitido por las progenitoras.
Aunque de caracteres muy diferentes parecía que los niños estaban predestinados a mantener una perdurable y sincera amistad a través de los años. El rubio loco, como lo apodaban por aquellos lugares marginales, era muy extrovertido, bullicioso y, aunque amigable, agresivo en ocasiones. No le temía a los chiquillos más grandes con quienes solía mantener constantes peleas en defensa del amigo. De esas broncas comúnmente salía mal parado, pero digno. Tampoco dudaba en propinar un pescozón a los chicos de semejante edad, que osaban abusar de la pasividad del mulato. Este, aunque de mayor fortaleza física, era más ecuánime, callado y sociable. Evitaba las reyertas no por cobarde, sino por el natural espíritu de paz que caracterizaba su personalidad. Evitaba por todos los medios mostrar la otra cara de su temperamento: un genio que al manifestarse lo transformaba en un ser nocivo y peligroso.
En la escuela sucedía lo contrario a lo predecible. El rubio, de una inteligencia promedio, se mostraba aplicado y estudioso, no parecía chico revoltoso de las calles. Su par mestizo rechazaba el aula. Disciplinado en las clases, pero nada constante en los estudios. Se sabía poseedor de una sobresaliente inteligencia, lo que le permitía aprobar todas las materias con calificaciones sobresalientes, sin esforzarse. Solidario con el menos dotado amigo, lo ayudaba a superar felizmente los exámenes.
Transitaron inseparables las edades de la niñez y la adolescencia hasta llegar a la etapa de la juventud. Momento en que la mayoría de los muchachos comienzan a perfilar sus futuros para recorrer sus propios caminos.
La madre del chico rubio estabilizó su vida sentimental con una palreja del mismo sexo. Para su sorpresa y tranquilidad, el hecho no originó las esperadas desavenencias con el hijo. Este a pesar de su varonil filosofía callejera y algunas burlas que originaron encarnizadas peleas a puñetazos, de las que ahora salía claramente vencedor, bendijo la unión. La observó feliz y lejos del negocio de la prostitución.
La madre mulata más sensual y lujuriosa que nunca se juntó nuevamente con el gallego padre del hijo, que había recibido una pequeña herencia desde la lejana Madre Patria. El dinero voló como "Matías Pérez"*. El viejo enfermo y casi moribundo, fue echado a la calle sin miramiento alguno. En su lugar hizo entrada en casa el chulo de turno.
El inteligente hijo fue muy feliz al convivir por primera vez bajo el mismo techo con ambos padres. Desilusionado después, por el inhumano proceder de la madre, a quien amaba y respetaba profundamente a pesar de sus defectos morales, optó por alejarse. Para su beneplácito le fue otorgada una beca universitaria en otro país. La sabia decisión lo mantendría fuera por cinco años de un mundo del que ya no se sentía parte, máxime cuando poco tiempo antes de partir falleció el padre.
Tampoco resultó duradera la estancia del chulo en la casa natal del universitario. A pesar del continuo declive moral, la ya madura mulata aún exhibía un sensual y atractivo aspecto juvenil. Derivaron sus gustos pasionales hacia la conquista de jovencitos. En honor a la verdad muchos cayeron rendidos ante la veterana. Su espectacular cuerpo cubierto de una tersa y aterciopelada piel morena en combinación con unos brillantes ojos verdes, eran capaces de seducir al más pinto de los gallitos de la comarca.
Dos años después el loco rubio ya no tan loco ni tan rubio, concluyó el servicio militar que lo mantuvo fuera del país durante esa etapa. Lo primero que hizo después de festejar el hecho con mucha cerveza y ron junto a sus madres, fue preguntar por el compinche de la infancia. Al conocer de la ausencia temporal del amigo y pese a ser advertido sobre el impúdico comportamiento de la matrona mulata, se dirigió de inmediato a la casa de este. El ex soldado entusiasmado y desprovisto de cualquier prejuicio, partió en busca de noticias sobre el compinche de la infancia. Saludar a la madre del amigo, era otra de sus prioridades. A ella, también profesaba un gran cariño.
No le sorprendió al desmovilizado ser recibido con la misma alegría que lo hiciera su propia madre. En aquella casa encontró refugio seguro en las incontables ocasiones en que huía de las palizas maternas. Los efusivos besos y abrazos prodigados por la cuarentona morena no fueron de extrañar. Lo que sí llamó poderosamente su atención fue el estado de conservación de la señora. Lejos de proyectar la imagen de una madre afligida por la lejanía del hijo, asemejaba la estampa viva de una voluptuosa dama transitando por los mejores años de su existencia.
Antes de retirarse, el rubio hubo de jurarle solemnemente a la mujer que regresaría al día siguiente. Aquella no cesaba de abrazarlo y besarlo como si fuera su propia cría. La exquisita fragancia que desprendía el cuerpo achocolatado de la imponente hembra, lo acompañaría durante su primera noche en tierra natal. Aroma que desencadenaría las primeras reacciones eróticas del joven acostumbrado al rancio olor de los campamentos militares.
Como la palabra empeñada es ley y el antiguo bravucón se había transformado en un fiel cumplidor de la misma, repitió la visita el día siguiente. Retornó al otro, el próximo, y todas las siguientes fechas, convirtiéndose en un visitante habitual de la encantadora madre de ébano, quien lo recibía con explícito beneplácito.
De a poco se fueron trastocando roles y sentimientos. El rubio medio loquito nuevamente, pero por razones más mundanas que las originadas por la esquizofrenia, descubría en el materno seno de la voluptuosa mulata a la mujer que nunca tuvo. Adicta a los encantos juveniles, la seductora mestiza descargaba en el amigo del hijo la pasión de una madre que experimentaba sentimientos más próximos a los de una hembra que a los de una madre.
Abrazos y besos se convirtieron en ritos comunes de cortesía durante las primeras visitas del rubio a la mulata. Los intercambios al llegar y despedirse se circunscribían a breves apretones y sencillos roces de mejillas. Transcurridas unas semanas, se fueron transformando en más prolongados e intensos los abrazos. Los besos fueron acercándose peligrosamente a la comisura de los labios.
Una noche durante el adiós de rutina ocurrió lo inevitable: El abrazo se extendió más allá del límite de tiempo e intensidad comúnmente considerados como amigable. Las bocas se buscaron y juntaron en un largo, ansiado y ardiente beso. Escena repetida muchas veces esa noche y las siguientes, dando vida así a un singular romance que convertiría al desmovilizado soldado en amante oficial y público de la exuberante madre del amigo.
La codiciada fémina pareció haber encontrado la horma de su zapato en el alocado rubio. Alejó a todos los mariposones que la cortejaban permitiendo que el amor encauzara su vida por caminos nunca transitados. Felizmente ocupados en los quehaceres amorosos y para sorpresa de todos floreció la relación, extendiéndose más allá de lo imaginable, hasta por ellos mismos. Transcurrieron dos años de estabilidad y dicha para la sinceramente enamorada dispareja, que disfrutaban al máximo sus días de bienestar ajenos a chismes y comentarios que pudieran afectarlos.
Como acostumbra el día dar paso a la noche y la desdicha está al acecho de la prosperidad, en el horizonte comenzaron a dibujarse las primeras nubes de la tormenta que se avecinaba. El estudiante allende los mares regresaba al país de vacaciones antes de emprender el último curso que lo llevaría a la defensa de la tesis de graduación.
Los enamorados, lógicamente preocupados por la reacción del hijo amigo, cuando conociera la inusual e inimaginable unión marital existente entre sus dos seres más queridos, hicieron un alto en el camino a la felicidad. Deberían reflexionar al respecto, para tratar de hallar una explicación, aunque no lógica si razonablemente sincera y creíble para quien los mantenía en el altar de sus más devotos y caros sentimientos.
Ya próximo al arribo del estudiante la rehabilitada y doblemente feliz pero angustiada madre, acordó con su rubio amor el regreso de este, a su hogar. Lo que se prolongaría hasta que ella explicara al hijo, los pormenores del romance que mantenía con su mejor amigo.
Pasados unos días de la llegada del inteligente mulato, el blanco comenzó a inquietarse. No recibía noticias de la amada, y tampoco la esperada visita del recién arribado a la patria. Durante cortos recorridos realizados por el barrio, escuchó ciertos cuchicheos relacionados con la cólera escenificada por el hijo de la amante. Enemigos que nunca le perdonaron las palizas recibidas, le informaron al mulato sobre la aventura amorosa de la madre con el rubio.
En el ambiente delincuencial se comentaba la existencia de armas blancas y hasta de un "cachimbo"*, que se utilizarían en un acto vengativo pronto a ejecutarse. Algunos miembros de las tertulias callejeras se distanciaban de su presencia. Se incrementaron las dudas e incertidumbres del enamorado.
En el ocaso de la tarde de su cumpleaños se disponía el rubio a poner en práctica el conocido refrán sobre Mahoma y la montaña. No fue necesario pues avistó al inestimable amigo aproximándose con pasos acelerados. Supuso con satisfacción que este había esperado por la significativa fecha para el reencuentro.
Con la felicidad dibujada en el sonriente rostro, brazos extendidos prestos para el íntimo abrazo de bienvenida acogió al viejo amigo, quien sin el más mínimo gesto o comentario que delatara sus homicidas intenciones, extrajo con agilidad el cuchillo que traía oculto en la cintura. Hundió de un solo golpe la mortal arma hasta lo más profundo de las entrañas del amante de su santa madre. Solamente los azules ojos del rubio desproporcionadamente engrandecidos por el asombro y el dolor, fueron capaces de expresar la muda pregunta:
-¿Por qué?-
-Me enseñaste que el honor se limpia con sangre-. Sentenció el universitario como respuesta en un casi inaudible y ronco susurro. Lágrimas de odio y amor bañaban sus ojos al ver caer vencido por sus propias manos, a quien debía la dicha de haber sobrevivido sanamente en el mundo hostil en que nacieron.
Fin
Glosario.
Empató: frase del léxico popular cubano que hace alusión a conseguir pareja.
Voló como Matías Pérez: frase usada en Cuba cuando algo o alguien desaparece sin dejar rastros. Pérez, cubano de origen portugués fascinado por los globos aerostáticos, se convirtió en piloto y realizó algunos ascensos antes del despegue de su último vuelo el 28/06/1856 desde la plaza de Marte, en la Habana Cuba.
Cachimbo: revólver, según léxico popular cubano.
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Julio Alberto Cumberbatch Padrón (La Habana, 1951). Amigo y maestro. Profesor de Inglés, licenciado en Español y Literatura. Poeta, compositor, intérprete, guitarrista. Miembro de la Sociedad Económica Amigos del País, de la UNEAC y del Grupo A la Décima. Su poemario Canto a una muchacha y otras fábulas fue publicado por Ediciones Extramuros (2009). Su obra está antologada en Esta cárcel de aire puro. Panorama de la Décima Cubana, tomo I y en Té y limón. Como guitarrista e intérprete se presenta desde 2016 en el restaurante Unión Francesa.
Título: JARDÍN DE LAS GUERRAS
GLADIADOR GLADIADOR
(Y no pez peleador)
Por ahí voy. A sabiendas y expectante sonrío,
aunque no me respondan los buenos días y el tiempo no me alcance
para hacerte un favor.
Canto, escucho, busco fórmulas y recetarios,
la fe que no encuentras y las razones que simplificas
a la usanza humana e involuntaria que puedo soportar.
GLADIADOR GLADIADOR
(Y no pez peleador)
¿Qué hay tras el tumulto y falta de concordia
cuando te empecinas en el difícil —no imposible—
renacimiento de la armonía?
.....Hay una mujer enamorada, sin decirlo, que a hurtadillas me convoca y
no me atrevo a cortejarla por temor a llegar tarde a los mercados
dispersos, intermitentes.
Si por simple fuera, me olvidara de todo el amor edificado y de los rencores,
pero el honor de los buenos gladiadores no permite gula ni abandono.
Soy un hombre de suerte (no importa cuál),
de suerte al fin y enamorado del infortunio que nos dio la vida.
Te atrae ese enigma; disculpa si no persisto, como ha de suponerse,
en el cariño que mereces y necesito darte, pero...
...GLADIADOR GLADIADOR
(y no pez peleador) se juega la sensatez, ya no la vida,
y prefiere que confundas su lágrima con una gota de sudor;
él te ama, pero la armadura pesa y los mercados cierran a las siete.
GLADIADOR: Al salir, por lo menos despídete con afecto y esperanzas,
aunque no entiendan por qué no confiesas tu amor
y jamás sepan encontrar tus flaquezas.
GLADIADOR GLADIADOR (Y no pez peleador):
Salta a la calle (temprano), al jardín de las batallas y
no te olvides de dar los “buenos días”,
aunque nadie te responda.
27.4.93
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